jueves, 24 de febrero de 2011

Sangre congelada

 La miró con aquellos ojos tan oscuros que parecían tragar la luz y sonrió. No era una sonrisa amable, en cualquier caso. Era un vestigio de las cenizas de un fuego fatuo, una puerta directa a las escaleras que conducen al infierno. Pero ella no pudo evitar devolverle una sonrisa de cordero.
 Las manos le temblaban sobre el regazo mientras su pulso trastabillaba una vez tras otra, de manera convulsa. Su boca rojiza como la carne abierta en dos dejaba asomar un pedazo de corazón trémulo. Y la sangre manaba hacia un cuello desnudo de piel casi translúcida, cuyas venas perseguían la gravedad hacia sus pequeños senos incandescentes. 
 Y el cielo se partió en dos mitades, y el granizo comenzó a golpear su cuerpo con violencia mientras aquellos ojos… aquellos ojos negros inmisericordes la observaban sin rastro de piedad, sin rastro de compasión. Ella alzó una mano de dedos lánguidos y cerró el puño sobre la nada.
 Y la sangre resbaló sobre el frío y duro silencio de la agonía, testigo mudo de color burdeos. Y él cerró los párpados y se alejó, se alejó con paso firme de su cuerpo vacío, de su pecho desgarrado.  Se alejó con su corazón entre las palmas, dejando tras de sí el cadáver escarchado de aquella a la que llamaban esperanza.


* * * * * * * * *



 Hace sol ahí fuera, pero el invierno no ha dejado de sonreír. No siento ganas de nada en absoluto. Es jueves, toca salir. Espero que a lo largo de la noche mi ánimo mejore. Que la música de dentro y la de fuera se acompasen para no seguir latiendo de esta manera tan arrítmica. La melancolía campa a sus anchas por mi cuerpo. 

 Buscadme donde se queman las nubes. Siempre estoy allí, siempre...



#Rachel# 

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