lunes, 27 de diciembre de 2010

A veces no hay suficientes piedras


Dicen que vale más una imagen que mil palabras. Tendría sentido si a las palabras se las llevara el viento, pero para mi las palabras son piedras, y no de esas que tiras para luego esconder la mano, sino de las que brillan.

 No me malinterpretes, no es que infravalore el poder del instante decisivo ni que me burle de la huella de luz que deja el mundo tras de sí, pero prefiero esconderme tras el río incorpóreo de lo que es negro y abstracto, de la tinta y el sentimiento que se escurre del alma agonizante.
Y no es que no me guste estar despierta, no es que no sepa caminar ni que ignore lo que es el amor. Al contrario, sé lo que es amar hasta sangrar, y arrastrar los pies dejándome la piel por algo que no merezco, por algo para lo que no he nacido. He bailado con frases y llorado por ellas; y duele. Duele quererlas de este modo y saber que jamás podrán corresponderme. Duele verlas tan distantes y querer tocarlas, y saber que nunca podré arrancarles ni un beso. Que mientras otros les hacen el amor con dulzura o de la manera más feroz yo tengo que contentarme con danzar a su alrededor y quedarme embelesada. Pero la llave que tengo en el bolsillo no encaja en la cerradura. Me escondo y tiro piedras para hacerlas rebotar pero nunca llegan al tejado. Sólo puedo aguardar un abrazo que nunca llegará; esperar a que alguien me saque a bailar en este salón vacío y refugiarme en el tintero ajeno.
 Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Lo dicen sin pensar.

domingo, 26 de diciembre de 2010

sábado, 25 de diciembre de 2010

La niña de la coraza metálica

De vez en cuando me gusta bajar hasta el abismo de la Nada. Es un hueco muy profundo en el espacio-tiempo. Creo que tiene fondo pero no estoy muy segura. En alguna ocasión me ha parecido tocarlo; otras veces, me canso de bajar más y más y lo único que consigo es arañar el vacío.
 En una de esas veces que logré pisar el suelo, a años luz de la claridad, me encontré con una niña de voz rota que se había quedado atrapada dentro de una membrana de metal. Llevaba mucho tiempo allí abajo, perdida entre las sombras, y no tenía intención de volver a subir a la superficie. Su pecho estaba revestido con aquella película de acero rígido y su corazón se había quedado enredado en una fina red de lazos de hielo.
 <<Al principio duele -me dijo- pero el frío termina por entumecer las emociones>>.
No la he vuelto a ver desde entonces, aunque he estado descendiendo al abismo con mucha frecuencia, esperando poder hablar con ella de nuevo.
A veces me descubro mirándome al espejo y abrazándome a mi misma sin rozarme las costillas con los brazos, como si yo también vistiera una coraza metálica.